
Carta abierta por la Paz: alto a la guerra entre Israel, EE. UU. e Irán!!!
“La guerra es una masacre entre gente que no se conoce,
para provecho de gente que sí se conoce pero que no se masacra“. —Paul Valéry
Nos encontramos, una vez más, ante el estruendo de los tambores de guerra. Las noticias nos bombardean con imágenes de misiles, declaraciones de líderes y análisis de expertos que calculan la fuerza destructiva de cada bando. Es fácil sentirse abrumado, impotente, y aceptar el conflicto como una fatalidad inevitable, un capítulo más en una historia de odios ancestrales. Pero, como diría Einstein: “Soy no solamente un pacifista, sino un pacifista militante. Estoy dispuesto a luchar por la paz”. Así pues, considero mi deber cívico manifestarme explícitamente Contra la Guerra. Pero no es una manifestación gratuita, debe venir acompañada de un Por qué… que con mucho gusto te comparto a continuación.
Según la agencia Euronews, se estiman alrededor de 360 millones de dólares gastados cada día por parte de Israel. Como referencia, con esa cantidad alcanza para cubrir durante 3 años el costo operativo del Hospital Juárez de México. Cada día destruyen los recursos para cubrir el costo operativo de 3 años de dicho hospital!!!!
Detenernos a analizar las verdaderas raíces de esta escalada es un acto de responsabilidad fundamental. No solo por nosotros, sino por nuestros hijos, quienes heredarán el mundo que nuestras acciones y omisiones construyan. Asimilar que la guerra no es un evento espontáneo, sino el resultado de un todo donde hay intereses muy concretos, nos permite pasar de ser meros espectadores a ser participantes conscientes. Este análisis es un primer paso, una declaración de principios contra la Guerra y las fuerzas que la alimentan. Es nuestro deber, como parte de un compromiso humanista y genuinamente contra la Guerra, mirar más allá de la cortina de humo ideológica y entender la maquinaria que se beneficia del sufrimiento humano.
Anatomía de una Guerra Anunciada
La narrativa que se nos presenta sobre el conflicto entre Israel e Irán está cuidadosamente empaquetada para el consumo masivo. Se nos habla de religión, de honor nacional, de represalias justas y de seguridad. Sin embargo, si retiramos estas capas de barniz ideológico, lo que encontramos en el fondo es “una masacre entre gente que no se conoce, para provecho de gente que sí se conoce pero que no se masacra“, una lógica que todo argumento que se declare contra la Guerra debe exponer sin titubeos.
No estamos presenciando un choque de civilizaciones, sino una disputa por la hegemonía regional, por el control de los corredores energéticos, por los mercados de armas y por la consolidación del poder de las élites gobernantes en ambos lados y en las potencias que las apadrinan. Los vastos recursos financieros y humanos invertidos en esta maquinaria bélica son un desvío obsceno de lo que podría destinarse a la salud, la educación y el bienestar de sus propios pueblos. Cada misil lanzado es un hospital que no se construye; cada tanque movilizado es una escuela que se queda sin fondos. La postura contra la Guerra es, por tanto, una postura inseparable de la lucha por la justicia social.

Para que las poblaciones acepten este sacrificio, para que un joven se aliste a matar a otro joven al que no conoce, es necesario construir un enemigo deshumanizado. Aquí es donde el nacionalismo y el fundamentalismo religioso juegan su papel estelar. Se fomenta una narrativa de “nosotros contra ellos”, se demoniza al “otro” a través de la propaganda, se le despoja de su rostro humano, de sus sueños, de sus familias.
Rechazar esta construcción del enemigo es una tarea esencial para cualquiera que se manifieste contra la Guerra. Una crítica honesta implica rechazar la violencia de todas las partes, no porque sean moralmente equivalentes, sino porque ambas utilizan el mismo guion para enviar a sus pueblos a la masacre.
Y, quién paga el precio real de esta locura ?? No son los generales en sus búnkeres ni los políticos en sus podios. Son los civiles. Son los niños que, como los nuestros, solo quieren jugar en la calle sin miedo a que el cielo les caiga encima. Son las familias desplazadas, los “nadies” cuyas vidas son reducidas a cifras en los informes de daños colaterales. Es un hecho ineludible que todo movimiento honestamente contra la Guerra debe poner en el centro: la guerra es, ante todo, una guerra contra los pobres y los desposeídos.
La lógica del “ojo por ojo” que vemos desplegarse es una espiral sin fin. Cada ataque se justifica como una respuesta al anterior, generando un ciclo de represalias que solo produce más dolor y más resentimiento. Romper este ciclo vicioso de violencia es el objetivo central de toda filosofía contra la Guerra que aspire a ser algo más que una simple declaración de buenas intenciones. Esta espiral no conduce a la seguridad; conduce a la aniquilación mutua. La creencia de que la seguridad puede lograrse a través de la fuerza militar es una falacia peligrosa. La aniquilación del adversario no trae la paz, solo siembra las semillas del próximo enfrentamiento.
Es crucial entender que este conflicto no es un asunto aislado. Vivimos en un mundo profundamente interconectado. Las acciones de Israel e Irán ya están repercutiendo en los mercados energéticos globales y en la estabilidad internacional. Pero la interconexión más profunda es la de nuestra humanidad compartida. Esta comprensión es la base sobre la que se asienta el futuro de la humanidad.
Detrás de la retórica oficial, siempre hay que preguntar: quién se beneficia ??? La respuesta es clara: la industria armamentista, las corporaciones de seguridad y las élites políticas. Por eso, mi postura contra la Guerra es incompleta si no denuncia también a aquellos que la promueven desde la distancia (justo mientras escribo éste manifiesto veo que EE.UU. ya confirmó su participación en el ataque del día de hoy a Irán), buscando ventajas geopolíticas a expensas de la autodeterminación de los pueblos.
La historia se repite si no se aprenden sus lecciones. La única “victoria” real en este escenario no es militar, sino la cesación del sufrimiento. La prioridad moral debe ser siempre la protección de vidas inocentes. Este debe ser el axioma irrenunciable, la estrella polar de cualquier esfuerzo contra la Guerra.
Esto nos lleva a la necesidad de una profunda revolución de valores, una que priorice la vida humana sobre el poder militar. Este cambio radical es la esencia de una política contra la Guerra que busca erradicar las causas, no solo lamentar las consecuencias. La lucha por la autodeterminación de los pueblos, libres de opresión, es una parte central de esta visión. Nuestra solidaridad no debe ser con los gobiernos, sino con los pueblos. Ser contra la Guerra es ser, fundamentalmente, a favor de los pueblos del mundo.

Una Conclusión para la Acción
El panorama puede parecer sombrío. Las fuerzas que impulsan la guerra son inmensas y parecen estar fuera de nuestro control. Sin embargo, la historia no es un guion escrito de antemano. Es el resultado de las acciones colectivas de millones de personas. La conciencia es el primer campo de batalla. Entender la guerra no como un espectáculo lejano, sino como una consecuencia de un todo que también nos afecta, es el paso inicial para avanzar en la dirección correcta.
La tarea es monumental, pero comienza en lo pequeño: en las conversaciones que tenemos, en la información que decidimos consumir y compartir, en cómo educamos a nuestros hijos para que vean la humanidad en los demás. Fomentar un pensamiento crítico que cuestione las verdades oficiales es un acto de resistencia. Si estas reflexiones resuenan contigo, compartirlas ayuda a tejer una red de conciencia más amplia. Y en esa conciencia colectiva contra la Guerra, reside la semilla de un futuro donde esta palabra sea solo un recuerdo vergonzoso en los libros de historia.
Manifiesto:
- La guerra es una masacre entre gente que no se conoce, para provecho de gente que sí se conoce pero que no se masacra. Denuncio la falsedad de los discursos que ocultan los intereses reales detrás de los conflictos.
- La guerra no es una fatalidad, es el resultado de intereses concretos. Me niego a ser un mero espectador; la conciencia es mi primer campo de batalla contra la guerra.
- Rechazo la narrativa ideológica que disfraza la guerra. No es un choque de civilizaciones, sino una disputa por la hegemonía, los recursos y el poder de las élites.
- Cada misil lanzado es un hospital que no se construye, una escuela sin fondos. Para mí, la lucha contra la guerra es inseparable de la lucha por la justicia social y el bienestar de los pueblos.
- Denuncio la deshumanización del “otro” a través de la propaganda. Rechazo la construcción de enemigos y la lógica de “nosotros contra ellos”.
- Quienes pagan el precio real de la guerra son los civiles, los niños, los desposeídos. Es un hecho para mí: la guerra es, ante todo, una guerra contra los pobres.
- La lógica del “ojo por ojo” es una espiral de aniquilación mutua. La seguridad no se logra por la fuerza militar, sino rompiendo el ciclo vicioso de la violencia.
- Comprendo la interconexión global y nuestra humanidad compartida. El futuro de la humanidad se asienta en esta comprensión.
- Quién se beneficia ?? La industria armamentista, las corporaciones de seguridad y las élites políticas son los promotores de la guerra.
- La única “victoria” real es la cesación del sufrimiento y la protección de vidas inocentes. Este debe ser el axioma irrenunciable de cualquier esfuerzo contra la guerra.
- El futuro está en una revolución de valores que priorice la vida humana sobre el poder militar. Apoyo la autodeterminación de los pueblos, libres de opresión.
- Mi solidaridad es con los pueblos, no con los gobiernos. Ser contra la guerra es ser, fundamentalmente, a favor de la humanidad.
- La acción comienza en lo pequeño: en mis conversaciones, en la información que comparto y en cómo educo a mis hijos para que vean la humanidad en los demás.
- Fomentar el pensamiento crítico es un acto de resistencia. En la conciencia colectiva reside la semilla de un futuro sin guerra.